Delfín Biosca Medina
Presidente de la Fundación Antama

Algunos colectivos han adquirido la costumbre de culpar a los transgénicos de cualquier mal todavía no explicado. Un ejemplo lo tenemos en el llamado síndrome de desabejamiento de las colmenas, que unido a la que algunos dicen que es teoría de Einstein –quizás no fue más que una idea a vuelapluma- de que sin abejas en cuatro años desaparecería la vida en la tierra, ha creado un nuevo caldo de cultivo para los detractores de esta tecnología o de su explotación comercial.

Es muy cierto que en estos últimos años se está produciendo una disminución de estos himenópteros, como también lo es que la ciencia no termina de averiguar a qué se debe, probablemente porque se trata de una combinación de factores, lo que dificulta su diagnóstico. Pero todo demuestra que nada tiene que ver con el desarrollo de los cultivos modificados genéticamente.

Por ejemplo, en Austria, uno de los países que los tienen prohibidos en la Unión Europea, en el año 2000 había 360.000 colmenas y ahora 310.000. Otra coincidencia, Francia, uno de los más duros detractores y que tampoco los cultiva, también ha visto reducida su cabaña de abejas en un 6 por ciento en el mismo periodo.

Si vamos al extremo opuesto, España, país europeo con mayor superficie de cultivos transgénicos, ha visto crecer su censo de 2,1 millones a 2,4 millones de colmenas en la última década; más abejas con más transgénicos. Pero todavía se puede matizar más. Tanto en Aragón como Cataluña, donde se localiza el 73 por ciento de los cultivos transgénicos españoles, el número de colmenas ha aumentado un 21,4 por ciento desde 2005, justo el periodo donde más se han desarrollado estos cultivos en ambas regiones.

No es ciencia, es la realidad y lo que nos aporta el sentido común. La Unión Europea es un claro ejemplo que muestra como no hay relación entre la muerte de abejas y el cultivo de transgénicos. Pero no lo digo yo, lo dicen los datos oficiales del Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino y las estadísticas europeas de Eurostat, donde cualquiera puede consultar cuáles son nuestras cabañas apícolas, dónde están y cómo evolucionan.

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