La Unión Europea (UE) depende en un 70% de las importaciones de cultivos ricos en proteínas para su sector de piensos (1). Según la Comisión Europea (CE), si se suspendieran las importaciones de soja de países como los Estados Unidos, Brasil y Argentina, la producción local para satisfacer la demanda de soja de la UE requeriría un aumento del 155%, principalmente en Francia. Italia y Austria (2). Evaluaciones recientes indican que esa expansión requeriría la conversión de vastas áreas de bosques europeos en tierras de cultivo, lo que tendría un impacto negativo en la biodiversidad comunitaria (3).

Si se detuvieran las importaciones de maíz, algodón y colza transgénicos, se necesitarían 24,2 millones de hectáreas adicionales de tierras agrícolas para producirlos (4), una superficie equivalente a la tierra cultivable combinada de Francia, Bélgica, los Países Bajos, Dinamarca y Grecia (5). Los cultivos transgénicos aportan beneficios socioeconómicos no solo a los agricultores europeos, también a los agricultores de terceros países.

En 2019 se produjeron 190,4 millones de hectáreas de cultivos transgénicos en 29 países, de los cuales 24 eran de ingresos bajos y medios. Una estimación de 17 millones de agricultores y sus familias se benefician de la mejora de la tecnología de cultivos modificados genéticamente (MG) en la actualidad (6).

Durante el último cuarto de siglo, los cultivos transgénicos han contribuido a mejorar los medios de vida en los países de ingresos bajos y medios al reducir la inseguridad alimentaria (7), al aumentar la seguridad en el uso de pesticidas (8) y a generar mayores ingresos (9). Los beneficios económicos netos de los cultivos transgénicos a nivel de finca se han estimado en 225,1 mil millones de dólares estadounidenses para 1996-2018. Estos beneficios se distribuyen entre los agricultores de los países en desarrollo y desarrollados, un 52% y un 48%, respectivamente (10).

IMPORTACIONES EUROPEAS

En Europa, los agricultores que cultivan maíz resistente a insectos en España y Portugal aumentaron sus ingresos en 285,4 millones de euros entre 1998 a 2018 (11). El acceso a cultivos transgénicos ricos en proteínas, cultivados en condiciones favorables de clima y suelo en el continente americano es un elemento importante en la competitividad del sector ganadero europeo, que representa alrededor del 40% del valor total de la producción agrícola comunitaria. Una interrupción de las importaciones de soja y maíz transgénicos provocaría aumentos de precios, lo que amenazaría la competitividad externa de los productos derivados del ganado de la UE, como la leche y la carne (12) .

Si ya no se pudiera acceder a las materias primas para piensos en Argentina, Brasil o Estados unidos, los costes de los piensos en la UE habrían aumentado aproximadamente un 500%. Esto reduciría el sector ganadero en un 34% para cerdos y aves, con disminuciones de 7,47% para bovinos/ovinos y 9,32% para el sector lácteo (13) .

Del mismo modo, una prohibición total de las importaciones de soja modificada genéticamente de estos países conduciría a un aumento de los costes de alimentación del 3% para las gallinas ponedoras, del 26% para el engorde de ovejas y cabras (14), y una reducción de la producción europea de carne de cerdo (-2,8 %), aves de corral (-3 %), huevos (-2%) y leche (-0,9%) (15) .

PAÍSES PRODUCTORES

El cultivo de cultivos transgénicos permite la adopción y una mayor expansión de las prácticas de agricultura de conservación, como la agricultura de baja labranza o labranza cero. Esto proporciona beneficios tangibles para la salud del suelo, la biodiversidad, la reducción de emisiones, la gestión del uso del agua y la gestión integrada de plagas en los países productores.

  • SALUD DEL SUELO: la agricultura de baja labranza y sin labranza permite que los suelos almacenen nutrientes y agua de manera más eficiente. Esto mantiene la cubierta del suelo previniendo la erosión. También aumenta la biodiversidad del suelo al promover el crecimiento de la micro y macro fauna que se ve afectada por el arado mecánico. La alteración reducida del suelo promueve la conservación de hábitats para mamíferos, aves y otros animales que viven en agroecosistemas (16).
  • REDUCCIÓN DE EMISIONES: la expansión de la agricultura de baja labranza y labranza cero contribuye a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero debido a un menor consumo de combustible para la maquinaria agrícola. Menos alteración del suelo también significa que el carbono se captura y almacena en el suelo, y no se libera a la atmósfera (17). A nivel mundial, en 2018, la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero del área cultivada con cultivos transgénicos fue de 2,4 millones de kg de dióxido de carbono (18).
  • MANEJO DE AGUA Y RENDIMIENTOS: donde se cultivan variedades resistentes a plagas, se necesita menos agua debido a la reducción en los volúmenes de insecticidas usados. Las variedades MG dan a los agricultores mejores rendimientos por hectárea, reduciendo la necesidad de riego (19). Además, los campos manejados sin labranza durante varios años generalmente tienen una mayor capacidad de retención de agua que los campos con labranza convencional (20). Los cultivos resistentes a la sequía también permiten a los agricultores gestionar mejor el riesgo de estrés hídrico, manteniendo rendimientos óptimos en situaciones de escasez de agua (21).
  • MANEJO INTEGRADO DE PLAGAS: en los países donde se cultivan cultivos transgénicos, los agricultores que utilizan variedades resistentes a los insectos hacen un uso más sostenible de los insecticidas y reducen su impacto ambiental en el ecosistema local.

Los cultivos transgénicos protegidos contra insectos facilitan un control de plagas muy específico, lo que reduce el uso de insecticidas de amplio espectro y, en última instancia, minimizan el riesgo para las especies no objetivo y la vida silvestre. Desde 1996, el uso de insecticidas en las zonas que se utilizaron variedades resistentes a insectos se ha reducido en 112,4 y 331 millones de kg de sustancia activa para maíz y algodón, respectivamente (22).

En 2018, el maíz MG protegido contra insectos ahorró aproximadamente 8,3 millones kg de sustancia activa a nivel mundial: una reducción del 82% en el uso de insecticidas en comparación con las cantidades razonablemente esperadas si estas áreas de cultivo se hubieran sembrado con maíz convencional. Para el algodón, el ahorro estimado es de 20,9 millones de kg de sustancia activa, una reducción del 55% en el uso de insecticidas.

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