La biodiversidad es un concepto acuñado en 1986, en la conferencia convocada en Washington, el National Forum on BioDiversity, por Walter G. Rosen. Sería dos años más tarde, Edward O. Wilson quien editaría las actas de esta reunión bajo el rótulo de Biodiversity. No obstante, fue en la cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992, celebrada por la ONU, cuando se reconoció la necesidad de preservar la biodiversidad y cuando se establecieron los criterios y directrices orientados a tal fin, que serían redactados en el Convenio Internacional sobre la Diversidad Biológica aprobado en Nairobi el 22 de mayo de 1994. Este convenio es el primer acuerdo global para abordar la problemática de la diversidad biológica, y su conservación atiende al uso sostenible de los recursos genéticos, especies y ecosistemas, y la participación justa y equitativa de los beneficios resultantes de la utilización de dichos recursos.

Así pues, la biodiversidad vegetal se ubica como una rama de la biodiversidad general y se puede definir como la variedad de vida vegetal en el mundo, o en un hábitat particular, cuyo nivel elevado se suele considerar importante y deseable.

En este contexto, en la agricultura moderna predomina el cultivo de pocas variedades, que se caracterizan por ser muy productivas y homogéneas. Esto supone la pérdida de la variabilidad genética, también conocida como erosión genética, que obedece a diversas causas. Entre ellas cabe destacar el abandono del cultivo de las variedades locales, que los nuevos cultivares deriven de materiales ya mejorados, es decir, que no se busque en las variedades locales genes de interés para la mejora de variedades comerciales. En otras palabras, que las variedades locales, menos productivas, apenas se utilicen en los programas de mejora. También el propio proceso de domesticación, que puede causar lo que conoce como cuellos de botella, lo cual ha sido común en cultivos de domesticación recientes como el del kiwi o el café.

Las consecuencias de esta erosión genética son la disminución de la capacidad de respuesta a la selección por la pérdida de variabilidad y el aumento del riesgo de aparición de nuevas enfermedades en el cultivo, lo cual puede tener resultados dramáticos para el ser humano como es el caso de la hambruna irlandesa de mediados del siglo XIX. Además, supone una pérdida de material para afrontar nuevos objetivos en futuros proyectos que pueden ser de interés para la agricultura.

De todo esto se entiende que estos recursos fitogenéticos se hayan de conservar. Esto se puede hacer in situ o ex situ. Por in situ se entiende preservar la variabilidad en su hábitat natural, y lo que se suele hacer es conservar los progenitores silvestres de las plantas cultivadas. Esto es importante en el caso de obtener resistencias, ya que permite que haya coevolución con el patógeno, lo cual no se conseguiría con un banco de germoplasma.

El método ex situ son los bancos de germoplasma, cuyo fin es el almacenamiento y conservación de múltiples genotipos de los distintos cultivos, cuya procedencia será diversa, en un espacio reducido. No sólo se lleva a cabo en ellos la recogida de material vegetal y el recabar la información del sitio de origen, sino también son fuentes de conservación, pues en ellos se hacen duplicados de cada muestra, que son enviados a otro banco. Ésta es una manera de reducir el riesgo de pérdida por diversas causas como podría ser la propia guerra, tal es el caso del banco de germoplasma en Alepo, Siria. En España, es el Centro de recursos fitogenéticos (CRF) de Alcalá de Henares, el banco base de germoplasma que recibe todos los duplicados del resto de bancos y cuyo objetivo es el mantenimiento de estos duplicados de seguridad de todas las colecciones españolas que se conservan por semillas. Además, actualmente se está enviando un triplicado al banco de Svalbard, en Noruega.

Lo ideal es conservar semillas ortodoxas, que son las semillas de cultivos que se pueden mantener en buenas condiciones con un grado de desecación grande (6% de humedad y -18°C). Se pueden conservar también semillas recalcitrantes las cuales no resisten tanta desecación por humedad o temperatura bajas y no podrán regenerarse.

Hay que valorar, además, que en los bancos de germoplasma se tiene un problema que no se da con la conservación in situ y es que se puede dar erosión genética. Además, existe un límite de espacio, y esto exige evaluar la capacidad de germinación de los lotes de semillas, de modo que si baja del 85% de viabilidad es necesario su rejuvenecimiento.

La última gran actividad de los bancos es realizar la caracterización del material (morfología, bioquímica, fisiología, citología). Hay descriptores oficiales para cada cultivo de todos aquellos caracteres que sean importantes y/o útiles para éste; si bien cada vez se está extendiendo más la caracterización molecular.

Así, el enfoque que se orienta desde el ámbito científico para la preservación de la biodiversidad vegetal no se ubica tanto en el marco del coleccionismo, del conservar porque sí, sino que está orientado desde una perspectiva pragmática. Su fin es el de no experimentar la pérdida de oportunidades presentes y futuras en los proyectos de mejora que tanta relevancia tienen, no sólo en la industria alimentaria con el aumento del rendimiento y de la calidad de los alimentos, sino también en otras como la industria textil, la producción de papel, de plásticos y de biocombustibles entre otros, y también para retos como lo son el cambio climático y las enfermedades emergentes aparejadas al mismo.

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