(Por Glenn Denning y Jeffrey Sachs. Artículo traducido de Financial Times.)

Fuente: ISAAACuando los jefes de los gobiernos de los países más ricos del mundo se reúnan en Heiligendamm (Alemania) con motivo de la cumbre del G-8, es decir, los ocho países más industrializados, deberían beneficiar a los más pobres de África mirando primero lo que África está haciendo por sí misma. Las noticias desde Malawi, uno de los países más pobres del planeta, sugieren un poderoso medio para luchar contra el hambre y la pobreza. Si los países del G-8 aumentaran proporcionalmente su apoyo a estos esfuerzos –como prometieron hace dos años en Gleneagles- la partida podría ganarse.

En Malawi, la cosecha de maíz en 2005 fue una de las peores. Un período de sequía en febrero de ese año menguó las cosechas. La producción nacional fue de sólo 1.2 toneladas, el 29% menos que el año anterior, y un 45% menos que las necesidades del país. La ONU hizo un llamamiento en agosto de ese año pidiendo socorro alimentario para la inminente hambruna, pero también fertilizantes y semillas para la siguiente época de siembra. Los donantes respondieron rápidamente ofreciendo alimentos, pero dieron poco apoyo en materia de fertilizantes y semillas.

En noviembre de 2005, casi 5 millones de malawianos sufrieron recortes en el suministro de alimentos y hambrunas, así como el panorama de otro desastre alimentario en 2006. Se sabe que el hambre y la extrema pobreza incrementarán la incidencia de muchas enfermedades mortales, desencadenarán violencia y los robos, y reducirán drásticamente las tasas de asistencia a la escuela de los niños. Lo único seguro es que habrá una conclusión apocalíptica.

A pesar de la oposición de algunos de quienes hicieron donaciones a Malawi, el presidente del país, Bingo wa Mutharika, y su gabinete introdujeron un valiente programa de subsidios en los input de la agricultura para prevenir el hambre. Con un coste de 60 millones de dólares, unos 5 dólares aproximadamente por cada ciudadano, el Gobierno proporcionó semillas y fertilizantes a un coste reducido, a más de un millón de pequeños agricultores. Esto representa una carga financiera inmensa para el Ejecutivo del país, pero podría haber significado una menudencia para los países ricos.

Los agricultores empobrecidos podrían comprar de una sola vez hasta dos bolsas de 50 kilogramos de fertilizantes –la tercera parte del precio de mercado-. Las semillas de maíz de alta producción también recibieron subsidios. Los resultados han sido espectaculares. Los pequeños agricultores de Malawi están obteniendo una cosecha abundante por segundo año, que podría alcanzar el record de 3.2 toneladas. Las cosechas han remontado, ayudadas por las lluvias favorables. Las estimaciones para este año apuntan a más de una tonelada de excedentes para el país. Así, Malawi planea exportar grano a países más pobres.

Millones de personas han sorteado el hambre y sus crueles manifestaciones. El foco se ha trasladado desde el socorro alimentario a la exportación de, y desde la agricultura de subsistencia a una transformación económica rural a largo plazo. El programa de subsidios del Gobierno para este año promocionará la diversificación de cultivos a productos de mayor valor económico que permitirán el crecimiento de la producción de materias primas. El impacto ha asombrado a los escépticos. Parece que la revolución verde africana es posible, después de todo.

Así, Malawi ha comenzado un giro destacable. La lección consiste en que la prevención tiene su valor. Las inversiones en la prevención del hambre –unos 60 millones de dólares, aproximadamente- salvan muchas más vidas y son mucho mejor asumibles que los cientos de millones de dólares que serían necesarios para comida de emergencia. Los agricultores de Malawi pueden ahora volcarse en el objetivo a largo plazo de la transformación económica.

Aun así, todavía harán falta muchas cosas para que Malawi escape de una vez por todas de la pobreza. Además de varios años más de subsidios, necesita invertir en agricultura de regadío, agricultura diversificada, centros médicos y electricidad en las áreas rurales, así como carreteras y otras infraestructuras clave para el crecimiento a largo plazo. Éstos son los tipos de inversiones transformadoras que se han demostrado en el proyecto Millenium Villages en Malawi.

Cuando los líderes del G-8 se reúnan en Alemania, la tranquila revolución de Malawi debería ser tenida en cuenta. En lugar de proporcionar ayuda humanitaria después de las hambrunas, el G-8 debería ayudar a que los agricultores africanos obtengan inputs en su labor, y otras inversiones clave para capacitar a las empobrecidas comunidades rurales para tener una seguridad alimentaria y un desarrollo económico sostenible. El momento para erradicar la extrema pobreza ha llegado. África está preparada para dirigir su camino. Queda al G-8 honrar sus largas, aunque incumplidas, promesas de apoyo.

AUTORES: Glenn Denning (director del Centro para el Este y Sur de África del Instituto de la Tierra) y Jeffrey Sachs (director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia).

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