Según publica El País, cada temporada de siembra, Robert Green, como muchos otros agricultores de remolacha azucarera asediados por las malas hierbas, aplica herbicidas de manera repetida y meticulosa, mediante un procedimiento que compara con el tratamiento del cáncer con quimioterapia. “Echas pequeñas dosis de productos que pueden dañar la cosecha, pero dañan un poco más los hierbajos”, explica Green, que cultiva unas 360 hectáreas de remolacha en St. Thomas, Dakota del Norte.
Pero la próxima primavera, por primera vez, Green tiene intención de plantar semillas genéticamente modificada para soportar el potente herbicida Roundup de Monsanto. El Roundup destruirá las malas hierbas pero dejará su cosecha indemne, con lo cual se ahorrará posiblemente miles de dólares en combustible para el tractor y mano de obra. Para Green y otros muchos agricultores de remolacha, es una tecnología que se ha retrasado demasiado. Y laas remolachas modificadas podrían allanar el camino a la plantación de otras cosechas biotecnológicas como trigo, arroz y patatas, que también se han paralizado.
Hace siete años, los agricultores de remolacha estuvieron a punto de introducir las semillas resistentes al Roundup. Pero tuvieron que echarse atrás porque empresas que usan el azúcar, como Hershey y Mars, rechazaron la idea de las remolachas biotecnológicas por temor a la resistencia de los consumidores. Ahora, muchas empresas de productos alimenticios elaborados, que consideran que esas preocupaciones han disminuido, han autorizado a sus productores a plantar la próxima primavera remolachas resistentes al Roundup.
Será el primer tipo de nuevas cosechas de alimentos genéticamente modificados que se cultiva a gran escala desde la década de 1990, cuando entraron en el mercado soja, maíz y otras cosechas biotecnológicas. “Básicamente no hemos encontrado resistencia”, asegura David Berog, presidente de American Crystal Sugar, el mayor elaborador de remolacha azucarera del país. “Realmente creemos que los consumidores han acabado or aceptar los alimentaos derivados de la biotecnología”. Un portavoz de Kellogg, Kris Charles, afirma que su empresa “no tendrá reparos” a la hora de comprar azúcar para productos vendidos en EEUU donde, dice, “a la mayoría de los consumidores no les preocupa la biotecnología”.
Tanto Hershey como Mars declinan hacer comentarios. En lo que respecta a las cosechas genéticamente modificadas, hay una razón para mantenerlas ocultas a la vista del público: evitar protestas. Algunos detractores de la biotecnología acaban de enterarse de que la remolacha azucarera ha resucitado. “Cuando lo vi por primera vez me pareció imposible”, comenta Ronnie Cummins, director nacional de la Asociación de Consumidores Orgánicos. “Creía que esto ya estaba solucionado”.
Su organización emitió un llamamiento a las armas y a Berg, de American Crystal Sugar, le llegaron miles de mensajes electrónicos idénticos advirtiendo que “los márgenes de beneficio de su empresa y d elos agricultores que le sirven” se verán perjudicados por la resistencia de los consumidores. Berg sigue creyendo que la mayoría de los consumidores aceptarán las cosechas biotecnológicas. Commins, sin embargo, afirma que intentará convencer a los consumidores de que presiones a las empresas elaboradoras de alimentos para que boicoteen el azúcar.
Las semillas genéticamente modificadas costarán al menos el doble que las convencionales. Pero Duran Grant, que cultiva unas 2.000 hectáreas de remolacha azucarera en Rupert, Idaho, dice que el coste añadido de las semillas se verá compensado por otros ahorros. Afirma que sus gastos anuales en herbicidas disminuirán de 120 a 60 euros, y ya no tendrá que contratar a trabajadores inmigrantes para arrancar las malas hierbas a mano.
De la remolacha azucarera se obtiene aproximadamente la mitad d ea oferta de azúcar de EEUU, mientras que el resto procede d ela caña de azúcar. El azúcar de la remolacha y de la caña, en general considerado intercambiable, se usa en caramelos, cereales, pasteles y numerosos productos más. Cuando a mediados de la década de 1990 se introdujeron versiones de soja y maíz genéticamente modificados, los agricultores las adoptaron rápidamente. Pero la oposición a las cosechas genéticamente modificadas se extendió, principalmente por Europa. Las empresas alimentarias, temiendo protestas o pérdida de clientes, presionaron a los agricultores para que no las cultivasen.
El azúcar no fue la única cosecha afectada. Las patatas resistentes a los insectos desarrolladas por Monsanto se retiraron del mercado en 2001, después de que las empresas de comida rápida se resistiesen a utilizarlas. Monsanto dejó de desarrollar maíz resistente al Roundup en 2004, en parte porque los agricultores de trigo estadounidenses temían perder las exportaciones.
Fuente: El País, suplemento ‘The New York Times’