entrevista david bueno i torrens transgenicospor DAVID BUENO I TORRENS, Profesor e investigador de genética y divulgador científico [+ sobre el autor]

 

Podría ser este un buen título para una nueva aventura del mayor detective –de ficción– de todos los tiempos, Sherlock Holmes. Sin embargo, no tienen nada que ver con la ficción, lo que hace que este tema sea todavía más preocupante. ¿Qué tema? El extraño miedo que, a algunas o a muchas personas, les despierta el vocablo biotecnología. Es una palabra compuesta, formada por el prefijo bio, que significa «vida», y la palabra tecnología, que se usa para definir el «conjunto de teorías y de técnicas que permiten el aprovechamiento práctico del conocimiento científico».Y no deja de ser curioso, porque en general el prefijo bio suele despertar las más entrañables simpatías, como también sucede con eco.

Es un tema que conozco razonablemente bien, a través de una tesis doctoral que dirijo en la que estamos valorando la percepción de los «ecoproductos» y los «bioproductos» en estudiantes de secundaria antes y después de cursar los temas del currículum relacionados con la ecología; es decir, antes y después de aplicar los conocimientos científicos a los postulados de los movimientos sociales de raíz bio-ecologista (a los que, dicho sea de pasada, respeto profundamente y creo que debemos estarles agradecidos por muchas de las acciones que emprenden en defensa del patrimonio natural, pero no de todas, y siempre en el bien entendido que se hagan de forma pacífica y respeten las demás opiniones). Resumiendo: aparentemente lo bio suena bien.

biotecnologia google

También se percibe razonablemente bien la palabra tecnología, puesto que usamos productos de origen tecnológico constantemente, en todos los aspectos de nuestra vida –tecnologías de la información, médicas, aplicadas al transporte, etc.–. En España, como en toda Europa, la mayoría de la población manifiesta una percepción mayoritariamente positiva para con la ciencia, que asocian a una visión positiva del avance humano, pero al mismo tiempo se suelen subrayar los efectos negativos que puede suponer un uso inadecuado de los conocimientos científicos y, muy en particular, de sus aplicaciones tecnológicas. Resumiendo: en general la tecnología suena bien, pero en algunas ocasiones no tanto. Un ejemplo lo tenemos en los motores de búsqueda en internet, tan útiles para encontrar información pero que al mismo tiempo provocan ciertos recelos puesto que permiten conocer y almacenar los gustos, necesidades y costumbres de los usuarios.

¿Y la palabra biotecnología, quae aúna lo bio con lo tecnológico? Pues, en general, la percepción no es tan positiva como cabría esperar atendiendo a los beneficios que reporta. Los motivos son, sin duda, múltiples y variados; desde el desconocimiento de lo que significa y aporta a nuestra calidad de vida –fármacos, vacunas, productos industriales, cultivos más resistentes, etc. – hasta las completamente erróneas analogías que hay quien establece con, por ejemplo, alguna de las crisis alimentarias recientes, como la de las vacas locas o la de las infecciones por E. coli de brotes de semillas germinadas (que inicialmente se atribuyó a los pepinos españoles).

El problema de fondo, sin embargo, es que la desconfianza se genera con mucha más facilidad que la confianza, y es difícil disiparla. Podría decir que se hace necesario un gran y buen trabajo de divulgación, pero mi experiencia como divulgador es que, por algún motivo, su capacidad de penetración social es más bien limitada. En este sentido, cabe tener en cuenta el efecto negativo de los mensajes tranquilizadores y relativizadores, que a menudo incrementan la percepción de engaño.

Sea como fuere, la gran y entusiasta participación en la séptima edición de BioSpain, que se celebró a finales de setiembre en Santiago de Compostela, indica que la biotecnología crece y se expande con fuerza, a pesar de la percepción que se pueda tener. Tal vez sea este el misterio que Sherlock Holmes debería resolver.

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