Con motivo del Día Mundial de la Alimentación, ayer tuvo lugar en Madrid la primera sesión de las jornadas sobre la ‘Contribución de la Ingeniería a la Seguridad Alimentaria’ que concluirán hoy y que se están celebrando en el Instituto de la Ingeniería de España. Los ponentes de la primera sesión abordaron ayer el problema del hambre en el mundo, un problema global al que hay que hacer frente con todos los recursos disponibles.

Andrew Mac Millan, Ex Director de la División de Operaciones de Campo de la FAO, abrió la jornada con un mensaje contundente: “Mientras haya un solo ser humano que muera de hambre en el mundo la situación será vergonzosa. El problema no es de disponibilidad, es de distribución. Tenemos los medios para solucionar este problema”. Terminó su exposición alertando que renunciar a erradicar el hambre implica ampliar la distancia entre ricos y pobres, lo cual, combinado con sistemas de comunicación que permiten a los desposeídos ver en tiempo real como viven y juegan los más ricos “es una mezcla explosiva que puede amenazar la paz mundial”.

En esta línea, Jaime Costa, Director de Asuntos Regulatorios y Científicos de Monsanto, expuso las contribuciones de los organismos modificados genéticamente para ayudar a paliar este problema. “El hambre es un problema multifactorial, y los cultivos transgénicos, aunque ayudaran sólo en un mínimo porcentaje a hacer más pequeño este problema, no deberían ser despreciados”, afirmó.

La FAO estima que la producción agrícola mundial necesita crecer  un 70 por ciento si ha de alimentar a los 9.000 millones de personas que habitarán el planeta en 2050, un reto en el que los cultivos transgénicos juegan un papel importante. En esta línea, Jaime Costa explicó que “con los transgénicos aumentamos la producción sin necesidad de aumentar la superficie de campo cultivado”.

Además, quiso resaltar que los cultivos transgénicos “son una tecnología para grandes y pequeños agricultores con la que se incrementa la producción, reduce el uso de insecticidas, reduce las emisiones de dióxido de carbono, reduce los costes y, en algunos casos, produce alimentos de mayor calidad”.

Jaime Costa presentó el ejemplo de la India que, en ocho años, ha pasado de ser importadora de algodón a convertirse en una de las exportadoras más importantes del mundo gracias al algodón transgénico. Además, una vez que el cultivo del algodón transgénico fue aprobado en el país, varias empresas locales apostaron por trabajar en esta área y, a día de hoy, han sido autorizadas cuatro modificaciones genéticas de empresas locales.

Para concluir, recordó los obstáculos que representan las regulaciones desproporcionadas, pues avances sin ánimo de lucro como el “arroz dorado” de I. Potrykus y P. Beyer aún no han llegado al mercado a pesar de que en 1999 se consiguieron en laboratorio.

En 1996, año en el que fueron aprobados los primeros cultivos transgénicos del mundo, se sembraban dos millones de hectáreas con estas variedades, mientras que en 2009 eran más de 134 millones de hectáreas las destinadas a cultivos transgénicos, lo cual refleja el interés de los agricultores en los países donde han sido autorizados.

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