Delfín Biosca Medina
Presidente de la Fundación Antama
Foto Delfi Opinion

La pugna entre Estados por desatascar el mercado de las semillas transgénicas en Europa se ha decantado, aunque de forma tibia, a favor de los que apuestan por el aperturismo. La semana pasada la Comisión aprobó, pendiente de ratificar por el Consejo y el Parlamento Europeo, una decisión esencial para la estabilidad de los mercados de los piensos y, por tanto, para todo el sector ganadero. Se decidió autorizar la presencia accidental del 0,1 por ciento de semillas transgénicas no autorizadas en la Unión Europea (UE), pero si autorizadas en otros países como Estados Unidos, Brasil, Argentina,…., y además contando con el visto bueno de nuestra máxima autoridad científica, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). El problema viene con la siguiente decisión, la de aprobar esta tolerancia también para consumo humano. Hay que recordar que las semillas cuya comercialización o cultivo están autorizadas en la UE y que incorporan modificaciones genéticas lo están también tanto para consumo humano como animal. Por otro lado, la diferenciación en función del destino supondría una extrema complicación y un alto coste, ya que habría que separar todos los procesos, desde la carga en puerto de origen hasta la llegada, transporte interno y transformación en las diferentes industrias de piensos o alimentarias.

En esta misma línea, los datos publicados por el Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agro-Biotecnológicas (ISAAA) son arrolladores. El pasado año 15,4 millones de agricultores sembraron en 29 países 148 millones de hectáreas de semillas transgénicas. Es decir, el equivalente aproximado a tres veces el total de la geografía de España y casi 20 veces más agricultores que todos los agricultores y ganaderos de nuestro país. Todo ello, unido al aumento de ambos indicadores en más del 10 por ciento, confirman que guste o no guste, es una tecnología que en 15 años se ha convertido en la vanguardia de la agricultura mundial. Mientras tanto en la UE seguimos trasteando con nuestras luchas internas y nos mantenemos al margen de estos desarrollos, algo que afecta sobre todo a los agricultores. Hay cultivos clásicos de nuestra geografía, como el algodón o el maíz, que a nivel mundial son transgénicos en un  64 y un 30 por ciento respectivamente. Respecto a la remolacha, en plena época de déficit productivo en la UE y bajos precios, en Estados Unidos y Canadá el 95 por ciento ya es transgénica tolerante a herbicidas.

La OCDE y la FAO lo vaticinan en su Informe de Perspectivas 2010, donde afirman que la productividad agrícola de la UE se estancará entre 2010 y 2019 con un crecimiento del 4 por ciento, mientras que en países donde se está desarrollando la biotecnología agraria, como EEUU, Canadá, Australia, China, India o algunos países de América Latina, crecerá entre un 15 y un 40 por ciento. Si queremos depender alimentariamente de estos países, estamos en el buen camino.

Compartir en redes sociales

Array