Elevar el rendimiento en tierras marginales o reducir la transmisión de enfermedades humanas son algunos de los beneficios derivados de la ingeniería genética aplicada a la alimentación en los países en vías de desarrollo, según una corriente de científicos que apuntan la necesidad para su aplicación de realizar grandes inversiones.

Esta nueva ciencia, “más racional y sometida a un diseño”, según señala a Efeagro el profesor del Instituto de Biotecnología de la Universidad de Granada, Enrique Iáñez, es el principal punto de desencuentro en el debate sobre el uso de la biotecnología en la agricultura.

La biotecnología, una de las herramientas de la revolución genética, es mucho más que los Organismos Genéticamente Modificados (OGM) e incluye otras aplicaciones como la genómica, el mejoramiento asistido con marcadores moleculares o las vacunas animales.

El “Tercer Mundo” ya se beneficia de una biotecnología sencilla, poco costosa y que no requiere conocimientos técnicos muy elevados, que consiste, según explica Iáñez, en el uso de cultivos in vitro de tejidos vegetales.

Muchos países de África ya la han implantado, permitiéndoles obtener copias de una cierta variedad de planta cuya cepa se adapta sin problemas al terreno y así conseguir plantas libres de virus y resistentes a ciertas enfermedades.

La ingeniería genética, por su parte, consiste en aislar ciertos genes, insertarlos y transportarlos a células vivas. Es ahí donde entra en juego el desarrollo de OGMs o cultivos transgénicos, cuya aplicación en los países en vías de desarrollo “no debería presentar problemas, siempre y cuando sirvan para cumplir objetivos específicos”, añade Iáñez.

PROS Y CONTRAS

Hasta el momento, y según datos del Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agrobiotecnológicas (ISAAA, en sus siglas en inglés), el 43 por ciento de la superficie mundial de cultivos transgénicos, que alcanzó 114,3 millones de hectáreas en 2007, se sembró en países en vías de desarrollo y, por primera vez, se beneficiaron 11 millones de pequeños agricultores con escasos recursos.

De esta cifra, 7,1 millones cultivaron algodón Bt en China y 3,8 millones del mismo cultivo en la India, mientras que el resto cultivaron maíz biotecnológico en Filipinas, así como algodón, maíz y soja biotecnológica en Sudáfrica, principalmente mujeres que practican una agricultura de subsistencia.

A pesar de que la implantación de esta tecnología en estos países parece que aumenta con el paso de los años, se presenta el “gran problema” de que requiere importantes inversiones, a lo que se unen razones de estructura social, economía y formación, según explica a Efeagro el profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Pere Puigdomènech.

Tanto Puigdomènech como Iáñez coinciden en que estas inversiones, al ser costosas, sólo las pueden hacer frente las grandes multinacionales del sector, quienes, en la mayoría de los casos, trabajan en países y mercados rentables.

La llamada “revolución verde” de las décadas 60 y 70 contribuyó a incrementar la productividad agrícola y a aportar una cantidad extra de alimento a millones de personas, gracias, en gran medida, a las inversiones realizadas por los poderes públicos.

Sin embargo, según destaca Iáñez, si en la actualidad el sistema agrícola internacional quiere desarrollar plantas transgénicas interesantes para el tercer mundo, tiene que hacerlo sobre desarrollos previos de las multinacionales, que están sometidos a patentes, y que los poderes públicos de estos países no pueden pagar.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) aboga por la precaución ante los riesgos que puedan derivarse de esta ciencia, como podría ser transferir toxinas de una forma de vida a otra, crearlas o transmitir compuestos alergénicos.

Los ecologistas aseguran que la solución al hambre y la desnutrición pasa por el desarrollo de tecnologías sostenibles y justas, el acceso a los alimentos y el empleo de técnicas como la agricultura y la ganadería ecológicas.

No obstante, según subraya a Efeagro el responsable de la campaña de Transgénicos de Greenpeace, Juan Felipe Carrasco, esta organización no se opone a la investigación, ni a las aplicaciones médicas de la ingeniería genética, siempre que se haga en ambientes confinados, controlados y sin interacción con el medio.

Lo que sí está claro es que “los países del tercer mundo pueden necesitar mucho de la biotecnología vegetal”, afirma a Efeagro el presidente de la Sociedad Española de Biotecnología (Sebiot), José Luis García, quien considera que ofrece muchas oportunidades para estos países, y donde, a través de programas de cooperación, se puede explorar la diversidad y aprovechar nuevos recursos.

PROMESAS DE FUTURO

Una de las promesas que lleva consigo la ingeniería genética aplicada a la producción de alimentos es el “arroz dorado”, que lleva años en desarrollo y que es una variante del arroz convencional que incorpora la vitamina A, escasa en la dieta de países africanos y el sudeste asiático, y que provoca el desarrollo de cegueras.

Un grupo de investigadores de la Universidad de Lleida, por su parte, está estudiando la creación de cereales enriquecidos con vitaminas, que tengan una protección extra contra insectos y plagas y una menor necesidad de fertilizantes, principalmente para África, Centro América y el sur y el este de Asia.

También se espera que cultivos como la berenjena, actualmente en desarrollo en la India, Filipinas y Bangladesh, se aprueben a corto plazo, y que países como Burkina Faso, Egipto o incluso Vietnam adopten este tipo de cultivos en uno o dos años.

Los expertos partidarios de la ingeniería genética coinciden en que no es la panacea, pero sí un desarrollo muy útil a nivel alimentario y sanitario para el tercer mundo, mientras que los ecologistas reclaman que el potencial de la biología molecular no sea utilizado como justificación para convertir el medio ambiente en un experimento con intereses comerciales.

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