Así de rotundo se ha mostrado el profesor José Ignacio Cubero, Catedrático de Genética de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos de la Universidad de Córdoba, en su exposición sobre la coexistencia de las plantas transgénicas con las plantas convencionales en la jornada ‘Alimentación y Genes’ celebrada en el día de ayer en Sevilla. Desde su punto de vista, la situación actual que rodea a los organismos modificados genéticamente “no necesita ideologías sino estudios científicos”.
“Estamos convirtiendo la palabra ‘coexistencia’ en un término técnico y con connotaciones negativas”, explicó. Una imagen que está siendo impulsada por los ecologistas quienes pretenden asociarla con el riesgo de la seguridad y no identificarla con el análisis de consecuencias económicas de influencia entre campos convencionales y transgénicos.
Según confirmó Cubero, la polinización cruzada, argumento esgrimido contra la coexistencia, debería ser medido por la “fertilidad, y no por el vuelo del polen” como se hace actualmente. Esta influencia ha hecho que la legislación europea establezca un máximo de influencia entre cultivos de un 0.9%, una “condición impuesta y una cifra ideológica que no responde a nada científico”, recalcó.
Además, en algunos países europeos se establece una distancia mínima entre cultivos de 250 metros para evitar así la polinización cruzada. “Antes de la existencia de los transgénicos se había estudiado el vuelo del polen del maíz y se demostró que a los 15 metros la influencia era de un 0.5%, muy por debajo de lo máximo permitido por la Unión Europea”, explicó. “Los datos científicos nos dicen que la coexistencia es posible, pero es necesario que la coexistencia se base en análisis científicos contrastados para poder adoptar las precauciones necesarias”, concluyó.
Por su parte, Emilio Rodríguez Cerezo, miembro del Institute for Prospective Technological Studies (IPTS) y del European Commission-Joint Research Centre (JRC), realizó un análisis sobre los impactos socio-económicos de los cultivos de organismos modificados. En su exposición resaltó la atrasada situación europea en el impulso de esta tecnología al representar “una milésima del cultivo mundial total de transgénicos mientras que es el mayor importador a nivel mundial” al sólo permitir el cultivo de cuatro variedades y no en todos los países.
“La experiencia ha demostrado que estas variedades aportan grandes ganancias económicas a la agricultura. En el caso del maíz, el único permitido en España, ha generado un incremento de rendimientos económicos del 12% al reducir las pérdidas de cultivos, una mejora que se traduce en 120 euros por hectárea”, explicó.
Si analizamos el impacto para los agricultores europeos sólo podemos estudiar el caso del maíz. El 100% de la cosecha de maíz Bt va para pienso, y aunque globalmente la adopción sea baja regionalmente es muy alta y hay lugares como Cataluña en la que los transgénicos han superado a los cultivos convencionales.
“El mayor beneficiario de los transgénicos es el agricultor, seguido del proveedor de tecnología, y si hay un perdedor es aquel que no ha adoptado estos cultivos. El futuro de Europa debe contar con los transgénicos, muchos agricultores los quieren pero la adopción depende tanto de la industria como de las medidas de coexistencia”, concluyó.
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