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Fue en 1952 cuando la científica inglesa Rosalind Franklin descubrió que la mecánica de la vida tenía una estructura helicoidal. Un hallazgo revolucionario que un año después comprobarían y confirmarían el biólogo James Watson y el físico Francis Crick en la revista Nature. Incansable trabajadora, Rosalind Franklin fue la creadora de un ingenioso sistema que permitió encontrar la estructura del “secreto de la vida” y que sería el primer paso en el descubrimiento del ADN. Una mujer que tuvo que luchar contra el machismo propio de la época y que consiguió abrir una gran ventana en el avance científico en la historia de la humanidad.

El descubrimiento del ADN permitió grandes avances en sectores como el de la medicina, facilitando la detección de enfermedades y permitiendo diseñar tratamientos específicos para las afecciones humanas. Además, también ha permitido el conocimiento exhaustivo del medio natural que nos rodea, logrando una mejor conservación de la naturaleza. En ambos casos, la biotecnología se ha convertido en pieza clave para avanzar gracias al conocimiento del ADN.

La biotecnología blanca o aplicada a la medicina se encuentra desde hace años presente en nuestro día a día. Medicamentos como la insulina están desarrollados a través de procesos biotecnológicos, haciendo la vida más fácil a los diabéticos. Expertos confían en que en unos años se podrá incluso detectar y prevenir enfermedades antes de que se manifiesten gracias a la biotecnología.

La biotecnología verde o agraria ha permitido en los últimos años realizar una agricultura más sostenible e incrementar la producción mundial. La FAO estima que la producción de alimentos ha de aumentar un 70% antes de 2050 para asegurar el alimento a los 9.300 millones de habitantes que poblarán el planeta en esa fecha. Gracias a la biotecnología agraria el sector podrá hacer frente a este reto produciendo más en menos tierras y practicando una actividad más respetuosa con el medio ambiente.

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