Por Soledad de Juan (Directora Gerente de la Fundación Antama)

Ahora, más que nunca, resulta imprescindible trabajar juntos para combatir el COVID-19. En este sentido, el que España agilice los trámites para la investigación con organismos modificados genéticamente (OMGs), con el objeto de conocer y controlar los mecanismos de este desconocido virus, es una gran noticia que no debería pasar desapercibida.

Una noticia que pone de relieve la importancia de la ciencia, la tecnología soportada en ella y, por supuesto, del trabajo de cientos de científicos, para que la sociedad encuentre soluciones a sus problemas, mejore sus condiciones de vida y, en el caso que nos ocupa, encuentre cuanto antes las herramientas necesarias para defendernos de esta amenaza que nos ha llegado en forma de virus.

Un gran reto del que saldremos seguro victoriosos y en el que, nuevamente, se podrá comprobar la enorme valía de instituciones como el CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas) y de sus centros dependientes, en este caso del Centro Nacional de Biotecnología (CNB), que serán los responsables de las investigaciones para encontrar respuestas y que éstas se traduzcan en herramientas efectivas de lucha contra el COVID-19.

Por todos es sabido que la utilización de OMGs ofrece un enorme abanico de soluciones para prevenir, combatir o contener, no sólo la epidemia de coronavirus, que lamentablemente sufrimos desde hace semanas, sino también otras muchas amenazas a las que, por ejemplo, se enfrenta la agricultura, como son las plagas, enfermedades y las inclemencias meteorológicas que merman los cultivos. Cultivos que proveen de alimentos a nuestra sociedad, y que de manera muy especial están siendo valorados estos días, cuando los agricultores no paran y la cadena de valor agroalimentaria está garantizando el suministro de alimentos accesibles, asequibles y seguros para toda la ciudadanía.

La experiencia del sector agrario (gran conocedor del potencial de los OMGs) nos dice que es crítico dejar a la ciencia hacer su trabajo. No es tiempo de ideología ni de política, es tiempo de conocimiento científico y de su puesta en práctica. Europa, menoscabando la ciencia, ya dejó a sus agricultores sin una herramienta que, en otras partes del mundo y en un entorno de cambio climático, ha contribuido a una agricultura más sostenible. Por ejemplo, reduciendo significativamente las emisiones de gases de efecto invernadero (solo en 2016 fue equivalente a eliminar 16,7 millones de automóviles de las carreteras). Por eso, hoy debemos congratularnos de este paso dado ahora en España.

La colaboración entre las diferentes administraciones, la comunidad científica pública y privada, y la divulgación hacia la sociedad serán cruciales para alcanzar resultados satisfactorios que nos permitan avanzar en la lucha contra las amenazas presentes y futuras.  Además, tendremos que hacerlo igualmente unidos, trabajando todos a una, poniendo al servicio de la sociedad las potentes herramientas biotecnológicas que serán decisivas tanto en el ámbito sanitario como en los ámbitos industrial, alimentario o medioambiental.   

Vivimos en una sociedad global, donde las soluciones llegan a gran velocidad, pero donde también los problemas se reproducen y dispersan de forma vertiginosa, motivo por el cual debemos ser tremendamente eficaces a la hora de proponer soluciones. Soluciones que pasan, y pasarán, por optimizar el potencial tecnológico de cada momento y por permitir ponerlo al servicio de la humanidad. Si queremos aprovechar los avances de la ciencia, debemos ser coherentes siempre con las decisiones que tomamos. Tomando las mismas ahora, en momentos muy difíciles, que en ese futuro esperanzador y cercano que todos anhelamos. 

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