La administración de medicamentos por la vía oral se prefiere frente a su suministro vía parenteral debido a la facilidad de la administración, la alta conformidad del paciente y los bajos costes de fabricación. No obstante, como consecuencia de las distintas barreras gastrointestinales para su absorción, no es adecuado ni rentable el suministro por esta vía. Por ello mismo, la vía parenteral para la administración de insulina sigue siendo a día de hoy la más forma más común para su suministro.

A pesar de todo ello, y teniendo en cuenta, para el caso de la insulina, la hipertrofia local y los depósitos grasoso que se forman en los sitios de inyección potencialmente introducidos por múltiples inyecciones diarias de insulina, existe un interés considerable en encontrar otras vías efectivas para su administración y que éstas se puedan llevar a mercado, incluida la infusión subcutánea, la administración pulmonar, nasal y oral, y los esfuerzos destinados a ello se han intensificado durante las últimas dos décadas (Shah et al., 2016; Gedawy et al., 2018).

Especialmente interesa la insulina oral ya que esta ruta imita la fisiología de la insulina producida de forma endógena y secretada por el hígado después de la absorción gastrointestinal, y además se espera que proteja a las células β del páncreas de la destrucción autoinmune (Moonschi et al., 2018).

El primer intento, que fue un fracaso, de generar insulina oral data de 1922, y desde entonces hasta ahora los principales problemas para su desarrollo son evidentes. Por un lado, se tiene la degradación proteolítica de la insulina por enzimas del tracto digestivo sumado al entorno ácido que caracteriza a éste. Por otro, la presencia de una capa de mucus y el epitelio del intestino que son barreras para su paso (Liu et al., 2018). Estas barreras han supuesto que a día de hoy todavía no se disponga de píldoras de insulina y su suministro sea casi de forma exclusiva vía parenteral, con las interferencias en la vida diaria y mayor omisión intencional y deficiencia prolongada del control glucémicos a largo plazo (observable en algunos estudios en hasta el 60% de los pacientes) que esto conlleva (Fonte et al., 2013, Peyrot et al., 2010).

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