El arroz mejorado genéticamente podría salvar cientos de miles de vidas en un año, pero la oposición a los cultivos modificados genéticamente sigue siendo el mayor freno para su aprobación. La  biotecnología aplicada a la mejora en el arroz está a punto de marcar un antes y un después en la historia de la salud en el continente asiático, un cambio que no se ve desde el siglo XX, cuando la revolución verde mejoró la nutrición y la logevidad de billones de personas.

El pasado mes, la Academia de Agricultura Sueca otorgó la prestigioso premio Bertebos a la biológo molecular suizo  Ingo Potrykus, co-inventor del ‘arroz dorado´. Este grupo de nuevas variedades han sido modificadas genéticamente mediante la introducción de cierto número de genes que expresan beta-caroteno, precursor de la vitamina A.

Los estudios realizados en los países subdesarrollados muestran una significativa deficiencia de vitamina A a causa de la subsistencia a base de una dieta basada exclusivamente en el arroz u otros carbohidratos enriquecidos. En los países en desarrollo, más de 200 millones de niños están en situación de riesgo de deficiencia de vitamina A.

Esta situación hace que aumenten las infecciones en la infancia como el sarampión y las enfermedades diarreicas, y es la principal causa de la ceguera entre los más jóvenes. Cada año, cerca de 500.000 niños se quedan ciegos a causa de la deficiencia de vitamina A, y el 70% muere sin que pase un año desde que se quedaron ciegos.

Ante la falta de infraestructuras de distribución de dicha vitamina y los escasos recursos económicos disponibles, la mejor vía para solucionar esta situación sería la introducción del ‘arroz de oro’.

El concepto es simple: aunque las plantaciones arroz normalmente no sintetizan beta-caroteno en las semillas lo hacen en la parte verde de la planta. Usando ADN recombinado, técnicas para introducir los dos genes que expresan esas enzimas,  la vía se restablece y el arroz acumula cantidades terapéuticas de beta-caroteno.

Este tipo de arroz ofrece el potencial de hacer contribuciones a la salud humana y el bienestar. Con un amplio uso, podría salvar cientos de miles de vidas en un año y mejorar la calidad de vida de millones más.

Pero esta eficaz vía está viéndose truncada por la intransigente oposición de los grupos ecologistas que luchan contra los avances de la ciencia, como Greenpeace o Amigos de la Tierra, quienes dejan de lado los argumentos científicos y difunden miedo entre la sociedad.

Tras numerosos análisis científicos no se ha encontrado ningún caso de riesgo ambiental o de salud relativo a esta variedad de arroz. Nature afirmaba en un  editorial, publicado en 1992, que desde un punto de vista científico “no existía distinción entre la modificación genética y los métodos clásicos de mejora o por técnicas moleculares”.

Pese al enorme potencial de este tipo de arroz y la ausencia de riesgos, nueve años después de su creación, el arroz dorado continúa paralizado en una maraña regulatoria sin que se vea cercano su desarrollo definitivo. En contraste, las plantas obtenidas a través de hibridación o mutagénesis no requieren ningún control gubernamental o científico.

Nina Fedoroff, eminente experta en genética de plantas, explicaba el pasado mes de abril en Science, que “una nueva Revolución Verde está demandando un compromiso mundial para la creación de una moderna infraestructura agraria mundial. Además, necesita una inversión adecuada en formación y modernización de laboratorios, así como una simplificación de los enfoques normativos”.

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