Con motivo de la Semana Verde Europea, la Fundación Antama quiere recordar la necesidad urgente de que el espacio comunitario europeo cuente con herramientas más eficientes y sostenibles para hacer frente a la pérdida anual de su superficie productiva superior al 3%, un reto que requiere inevitablemente que los científicos, con el apoyo de los líderes políticos encuentren y exploten formas innovadoras de ahorrar energía, agua y tierra para así garantizar la competitividad del mercado comunitario presente y futuro.

A día de hoy, la Biotecnología ya está haciendo más efectivos los recursos a nivel mundial y se espera que su contribución siga creciendo de forma constante. Según se desprende de un reciente estudio publicado por WWF, en 2030 se podrán haber ahorrado 2.500 millones de toneladas de emisiones de CO2 gracias a la biotecnología industrial y a los productos biotecnológicos.

Sólo en 2009, la biotecnología agraria logró la reducción de 17,7 millones de kg de CO2, el equivalente a la retirada de 7,8 millones de automóviles de la circulación durante un año. Los cultivos transgénicos, además de contribuir a la mejora de la producción y a un mayor acceso a las materias primas, ofrece a los agricultores nuevas oportunidades de mercado mediante la diversificación de sus ingresos. Gracias a estos cultivos, los agricultores europeos podrían llevar a cabo una agricultura más productiva, optimizando el uso de la tierra y, por tanto, de una forma más sostenible.

La biotecnología permite también mejora la vida diaria del ciudadano. Gracias a esta tecnología, por ejemplo, los vaqueros adquieren el aspecto de lavados a la piedra sin tener que someterlos a dicho proceso, o los detergentes biodegradables que permiten lavar a temperaturas más bajas ahorrando energía y reduciendo la cantidad de fosfatos que se vierten en los ríos.

Pero pese al papel clave que la biotecnología juega a nivel mundial, la Unión Europea todavía tiene mucho camino que recorrer para impulsar firmemente el desarrollo de una tecnología  que ya es líder en otros continentes. La Unión Europea debe enfocar esta tecnología de manera estratégica y con criterios científicos, evitando abordarla desde los intereses ideológicos que minan la competitividad de sus agricultores.

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