Con motivo de las ‘II Jornadas de Transgénicos Agrícolas’ organizadas por la Asociación de Biotecnología de Salamanca de Salamanca (ABSAL) celebradas en Salamanca en noviembre de 2012, tuvimos la oportunidad de hablar con Óscar Lorenzo Sánchez, Profesor titular de Fisiología Vegetal en la Universidad de Salamanca, Secretario de la Sociedad Española de Fisiología Vegetal y Secretario del Centro Hispano Luso de Investigaciones Agrarias.

El experto analiza en exclusiva para Fundación Antama la situación actual de esta tecnología en la Unión Europea, sus ventajas y sus retos ante un mundo gobalizado en el que la población crece imparable.

¿Qué ventajas tiene la biotecnología agraria respecto a la mejora genética tradicional?

La mejora clásica necesita de varias generaciones (10-100 años) para seleccionar las variedades con características mejoradas. La mayoría de las especies agrícolas que se usan actualmente son el resultado de miles de años de selección por mejora clásica. Por su parte, la mejora biotecnológica es mucho más rápida (1-3 generaciones) y específica, dirigida a una característica concreta. No existen problemas de compatibilidad y se pueden introducir características de otras especies vegetales alejadas filogenéticamente, o de otros organismos como bacterias, levaduras, animales…

¿Es posible la coexistencia de cultivos?
Si, es posible y no hay ningún problema en utilizar tanto variedades clásicas como transgénicas. El resultado será que si el agricultor usa transgénicos con resistencia a herbicidas, gastará menos en estos productos y conseguirá mayor rendimiento en las cosechas que con la variedad tradicional. De igual forma, si el transgénico es resistente a plagas, no tendrá que usar fitosanitarios y asegurará la cosecha en caso de una invasión.

¿Son complementarias la agricultura tradicional, la ecológica y la transgénica?
En cierto modo sí. La agricultura transgénica aprovecha las características beneficiosas de la tradicional para mejorarlas. En cuanto a la agricultura ecológica, tiene muchos aspectos en común con la transgénica con la diferencia de que tiene muy poco rendimiento. Al tener muchas pérdidas, los productos ecológicos son más caros y mucha gente no se lo puede permitir. Por otra parte, la agricultura intensiva pretende alimentar a millones de personas, cosa imposible si sólo se cultivaran productos ecológicos, ya que el suelo es el mismo y la producción sería mucho más baja.

¿Confía el consumidor europeo en los alimentos transgénicos?
En general no, aunque esta percepción está cambiando. Se han hecho campañas muy agresivas en contra de los transgénicos que han conseguido que los consumidores les tengan miedo. Pero, a pesar de que los científicos somos poco dados a la divulgación, en este caso, algunas voces autorizadas están hablando desde el punto de vista científico, y esto, aunque llega poco al consumidor, está poco a poco cambiando la idea “anti” predominante, ya que por suerte, la opinión pública confía en los científicos y en la ciencia que hacen.

¿Qué se esconde detrás de las fuertes campañas de los ecologistas europeos en contra de la biotecnología agraria?
Está claro que las campañas anti-transgénicos mueven mucho dinero y alguien tiene que sufragarlas. En principio se puede pensar en que los interesados son los que se ven perjudicados por la implantación de esta tecnología: empresas que no venden transgénicos. A veces es simplemente el temor a lo desconocido, aunque llama la atención que no se hagan campañas contra la telefonía móvil por sus radiaciones. Ni siquiera se hacen contra otros compuestos producidos por transgénicos que llevan utilizándose años (levadura del pan, insulina, antibióticos, etc). Es necesario fijar y divulgar criterios científicos en éste y en tantos avances de la ciencia que se ven relegados o retrasados por la falta de información fiable.

¿Es la biotecnología agraria una tecnología segura?

Hoy en día se puede decir que los productos transgénicos producidos en la agricultura son los más seguros para el consumidor, mucho más que los productos tradicionales, ya que son sometidos a unos controles tan estrictos que no pasarían la mayoría de los productos que consumimos a diario. Por ejemplo, la patata sería rechazada para el consumo humano en estos controles. Es decir, ante la propuesta de cultivo de una nueva planta transgénica contamos con la evaluación de todos estos aspectos por los correspondientes Comités de Bioseguridad, nacionales y europeos, que garantizan al consumidor los niveles de seguridad apropiados.

¿Por qué la Unión Europea sigue sin atreverse a apostar fuertemente por esta tecnología?

Tiene mucho que ver con que las grandes compañías que desarrollan y comercializan transgénicos son de EEUU y existe el temor de que controlen aún más la economía. Por otra parte, puede haber presiones de compañías europeas, que verían reducido su negocio. Pero esto también está cambiando. Ahora hay grandes economías emergentes (China, Corea o Brasil) que están apostando por los transgénicos. A Europa le sale muy caro no producirlos pero tener que importarlos. Además, los agricultores están comprobando que los transgénicos les producen más beneficios y presionan para que les permitan cultivarlos.  Creo que la UE ya se está planteando estos problemas y no tardará en cambiar la legislación al respecto.

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