El Investigador y profesor emérito de la Universidad de Córdoba, José Ignacio Cubero, ha conversado con Fundación Antama para compartir su opinión sobre la situación de los cultivos modificados genéticamente (MG) en la Unión Europea (UE) y los retos a los que se enfrenta la agricultura y la alimentación.

El reciente ganador del ‘Premio Nacional de Genética’, critica la política europea en materia de transgénicos, una posición que está impidiendo a sus agricultores competir en condiciones de igualdad con el resto del mundo y que está acabando con el sector agrario europeo.

¿Qué supone para un investigador ganar el ‘Premio Nacional de Genética’?

Una enorme satisfacción pues te lo dan tus colegas, que son los más críticos que puedas tener puesto que saben de qué se trata.

El premio reconoce su labor en mejora genética de plantas, ¿en qué consisten sus investigaciones?

Siempre he pertenecido al mundo de la investigación agraria con objeto de aportar un granito de arena tanto a los agricultores, que lo han reconocido, para ayudarles a aliviar el sudor de sus frentes, ahora mucho más llevadero con las subvenciones, como a los políticos, para ayudarles a tomar decisiones habiendo resuelto problemas técnicos, ayuda que parece ser que no necesitan.

Para obtener nuevas variedades de cultivos básicos en esa agricultura sostenible de la que todos hablan pero nadie hace nada para ponerla a punto, es necesario resolver primero la base genética de lo que se trata de arreglar. Eso es lo que he hecho, además de haber formado un buen número de profesionales, investigadores o ejecutivos enfocados al mundo en que viven.

¿A qué retos presentes y futuros busca dar respuesta la mejora genética de plantas?

El más importante es la tendencia obsesiva en pensar que todo se resuelve con biotecnología. Esto ha hecho que en los planes de estudio casi desaparezca la mejora tradicional. Un adjetivo confuso porque da la impresión de ser “atrasada”, cuando la realidad es que ha ido integrando toda técnica capaz de ser usada en la obtención de nuevas variedades, como hace ahora con la biotecnología. Hacen falta todas las herramientas, pero sin las clásicas sólo se llega a productos de laboratorio. Este es el mayor reto.

¿Es la biotecnología agraria una ciencia segura?

Pero por supuesto, parece increíble que haya que preguntarlo tan entrados ya en el XXI y al cabo de más de 15 años de uso de variedades transgénicas sin que haya habido ni el más mínimo caso de duda sobre la calidad de lo conseguido. Los controles exigidos para lanzar una variedad MG son tremendos, largos y costosos. Si se les exigiera a los demás productos, ecológicos incluidos, nos íbamos a reír un rato largo.

¿Qué papel juega la biotecnología agraria en mercado de alimentos?

Productos más seguros (por más controles, no por una varita mágica…), más variedad (aunque esto lo comparte con las obtenciones por vía tradicional, pero las aumenta y potencia), más posibilidades (puesto que hay cosas que sólo se pueden conseguir de esta manera). Pero es una pregunta que no nos tendríamos que hacer: ¿qué papel juega el congelado o el enlatado en esa industria? ¿Podemos preguntarlo con seriedad? Toda nueva técnica siempre jugará un papel positivo. ¿Es que hay desaprensivos que la utilizan mal? Pues a por ellos, como el que vende latas con el agente del botulismo, a por él, pero no a por la técnica del enlatado.

¿Confían los consumidores en los alimentos transgénicos?

La respuesta la dan las estadísticas. Los países en vías de desarrollo ya han superado a los desarrollados en superficie sembrada con variedades MG, y muchos de ellos tienen tecnología propia, entre ellos nada menos que Brasil, India y China.

¿Por qué la UE impide a sus agricultores cultivar semillas biotecnológicas que se cultivan en el resto del mundo?

Porque los dirigentes (es un decir) de sus políticos (es otro decir) creen que les quitaría votos “verdes” (es un decir más). Porque esos políticos están cazados a lazo por los partidos y no son nada fuera de ellos, cuando hace menos de 30 años eran titulados bien formados, con criterio y, sobre todo, con independencia del jefe de fila.

Son incapaces de decir que nuestros animales comen todos los días piensos transgénicos, que nos vestimos con ropas transgénicas, que nuestras medicinas son transgénicas de una manera (el producto activo) o de otra (los excipientes) y que las toman hasta los ecofundamentalistas. Que podemos importar semillas transgénicas para piensos pero nuestros agricultores no pueden sembrarlas. En definitiva: por hipocresía política.

¿Son los agricultores europeos competitivos?

No, salvo excepciones como los horticultores. En buena parte porque se han acostumbrado a las subvenciones. Si un cultivo, por importante que sea, no está subvencionado no existe para ellos. Esto ha hecho que se pierda el sentido de la agricultura y que desaparezcan los que saben cultivar. Todo se esté convirtiendo en una máquina registradora con gran satisfacción de Bruselas.

También es porque nuestros políticos no les dejan ser competitivos con el criterio, en principio legítimo, de ayudar a los países en desarrollo. No se les pueden poner grandes trabas “verdes” a nuestros agricultores sin exigírselas a los de esos otros países. La competencia es imposible. Muchos se van a los países en desarrollo para producir lo mismo que aquí pero sin trabas para después venderlo a la Unión Europea. Si eso es ayudar al Tercer Mundo… Y si eso es una “política” europea…

¿Cambiará esta situación en un futuro próximo?

Sí, cuando Europa se termine de colapsar. O bien cuando se estimule una verdadera educación desde la escuela primaria y el ciudadano salga bien formado y con criterio. Pero esto último es aún mucho más difícil que el que Europa se termine de colapsar.

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